plantar un árbol

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PLANTAR UN ÁRBOL.  (Por El Curicano)

 

Hay una frase muy conocida que dice: “ plantar un árbol,  tener un hijo y escribir un libro”. 

Algunos la definen como una expresión popular que sugiere tres acciones que pueden aportar significado y trascendencia a la vida. Plantar un árbol representa cuidar el entorno, tener un hijo simboliza la creación de una nueva vida y la perpetuación del legado familiar, y escribir un libro implica compartir conocimientos, ideas y emociones con el mundo, dejando un rastro tangible. 

hay proverbios que dicen por ejemplo en la biblia 

“Los árboles no sólo son fuente de alimentación sino por su belleza” (Génesis, 2:8).

Un proverbio chino que dice:

”Una generación planta los árboles y otra recibe la sombra”.

También hay un antiguo proverbio griego que dice:

“Una sociedad crece cuando los ancianos plantan árboles en cuya sombra saben que nunca se sentarán”.

El árbol simboliza el ciclo natural de la vida, la muerte y el renacimiento. Cada estación refleja un proceso de transformación, crecimiento y renovación, recordando a las personas que la vida es un movimiento constante.

Por otro lado, Jesús declaró que el reino de los cielos es como un árbol, en la parábola del grano o pepita de mostaza,  (Mateo 13:31-32). 

Lo único que Jesús dañó fue un árbol, en la historia de la higuera que maldijo por no tener higos (Marcos 11:12-14, 20-21). 

Y lo único que podía matarlo era un árbol.  En ese entonces después de resucitar, lo confundieron con un jardinero (Juan 20:15).

Bueno, pero sobre el árbol y su significado tenemos un bosque de información, de distinta índole, de distinta creencia, como quien dijera, “de todo hay en la viña del señor”, o en este caso, “en el bosque del señor”.

Hoy me quedo con el  primer enunciado de la primera frase y de las etapas o acciones que se definen en ella.

En ese sentido ya he pasado por las dos primeras etapas. 

Ya tengo hijos, inclusive nietos, y ya he plantado un sin número de árboles y de distinta especie;  nativos como este;  también frutales como los innumerables manzanos que planté como campesino en un fundo en el sector de la higuerilla, camino a sagrada familia,   comuna de la provincia de Curicó, mi tierra natal.  Allí,  siendo apenas un mocetón de 18 o 19 años, trabajando casi de sol a sol  con un sueldo de miseria, planté mis primeros árboles.  

Están aquellos otros que me regaló mi madre cuando obtuve la casa propia, la cual después de 20 años y de dividendos de usura por parte de una hipotecaria inmoral. Hicimos nuestra. Gracias a Dios.

Los regalos de mi madre fueron un limonero y un naranjo. El limonero solo acompañó al naranjo unos 5 años, dando frutos deformes, a pesar de todos los cuidados, como la poda, el abono en sus raíces, con las técnicas aprendidas en los huertos por allá por los años 80, o también con la sabiduría o creencia popular de darle con un cinturón , guascazos en la noche de San Juan. 

Pero el naranjo permanece en el mismo lugar, lleno de vida como el recuerdo de mi madre, dando cada año naranjas hermosas, jugosas, dulces, a pesar de sus más de 25 años.

 

Luego planté un damasco que creció generoso y se elevó por sobre el techo del cobertizo. Ha debido soportar podas para controlarlo en su crecimiento y mantenerlo a raya, y sigue generando frutos de color anaranjado, que aportan caroteno y buena fuente de Vitamina C, ácido fólico y algunos minerales como potasio. 

Es quizás por su origen asiático que el damasco se adapta a cualquier suelo, a cualquier clima, a cualquier idiosincrasia, a cualquier economía. No le afecta el medio en que se asienta para generar frutos.

Coincidentemente, hoy por la mañana he bebido un gran vaso de jugo de damascos, de aquellos que en verano recogí subiéndome al cobertizo, y que luego fueron guardados en bolsas con la expertíz de mi compañera, que luego con la misma expertíz cada cierto tiempo, en otoño como hoy,  saca algunos de la inmovilidad de la congeladora, y los prepara para convertirse en sabroso jugo viscoso y refrescante.

Como ven cada árbol de los tantos que he plantado, tienes su origen , su significado y este,  el que acabo de plantar,  también. 

Este es un árbol que lleva más de un año sobreviviendo en un macetero. Sobreviviendo como lo hacen los seres humanos en un departamento estrecho, que les impide el desarrollo o el crecimiento y de alguna manera la libertad. Ya era tiempo de darle esa libertad para que crezca sin limitaciones, sin restricciones, para que le de sombra a otras generaciones y en una década más o menos,  sirva para que las cuculíes hagan sus nidos y se comuniquen y se enamoren con sus trinos lastimeros,  o simplemente para que una mascota levante la pata con elegancia y satisfacción.

El Quillay  (Quillaja saponaria) es un árbol de crecimiento relativamente rápido. En tres años puede alcanzar una altura de 2,5 metros y en este espacio con suficiente luz solar y agua,  aunque sea clorada,  le dará un mejor “estándar de vida”, vida que se merece, conociendo su origen y significado.

El quillay, árbol nativo, que en edad madura entrega una corteza generosa y que después de dejarlas en remojo, su agua resultante se transforma en detergente natural. Este detergente natural se ha usado por siempre desde nuestros pueblos originarios, el mismo que usé para lavarme el pelo en mi juventud en aquellos tiempos en que no existían tantos productos o champús  con nombre de un pariente,  o con jaleas de alguna realeza. 

Quizás gracias a ello nunca  he perdido pelo y seguramente llevaré mi frondosa cabellera hasta mi viaje final, facilitando en ese entonces el trabajo a la funeraria de turno.

Este hermoso quillay que espero ver crecer; viene de los cerros de Águila sur, localidad que está cerca del paso de angostura, precisamente al sur de la región metropolitana.  

Allí fue recibido como un regalo y recuerdo del noveno encuentro de poetas populares y payadores de Águila sur 2024, y que se realizó en febrero de ese año, en el sueño del poeta. Allí también fue adoptado con cariño y con respeto.

Este quillay es también un símbolo de amistad y principalmente de vida. Vida que se debe cuidar, como se cuida la identidad, como se cuida lo nativo, como se cuida la tradición, como se cuida la poesía y como se cuida lo que queremos.  Conceptos  que me gustaría ver crecer y desarrollarse fuertes, sanos y libres.

Allí quedarás quillay,  en la plaza frente a la casa de este poeta.  Con más aire. Con más sol. Con más presencia, Con más reconocimiento de lo nuestro. Como se reconoce y valora en la ruralidad.  Desde hoy  puedes crecer quillay, en lo urbano con libertad y con orgullo.

Al mirar lo andado y pensando en la frase que abre este relato. Reflexiono y pienso. «Ya he tenido hijos libres». «Ya he plantado árboles libres». Solo me queda escribir el libro. Libro que nació conmigo y cuyas páginas han ido creciendo en número,  con cada experiencia, con cada amistad, con cada enemigo, con cada caída, con cada levantada y con cada creación.  

Me enorgullece haberte plantado, Quillaja saponaria.  Te cuidaremos con respeto. Te protegeremos de la cortadora de pasto, para que no cercene tu  noble tallo. Te salvaremos del niño impetuoso que quiera quebrar tus ramas. Te regaremos con entusiasmo para verte brillar.   De vez en cuando,  te miraré desde la ventana,  mientras abro las hojas del libro interior; Hojas que ya quieren liberarse, hojas que quieren sentir la brisa y sentir el sol, como tú.

FIN

Esta entrada tiene 6 comentarios

  1. Miguel

    Uno de los tantos ejercicio de relato que comparto púbicamente con ustedes. Saludos

    1. Hugo

      Lindo relato. Impresionante toda la vida que da y que puede albergar una arbol!!!

  2. Hugo

    Lindo relato. Impresionante toda la vida que da y que puede albergar una arbol!!!

  3. Jose

    Muy interesante y entretenido relato,en ocasiones buscamos inspiración para escribir y los temas estan ahí cerquita en lo cotidiano en lo simple o en lo hermoso y tracendente como plantar un árbol.
    Felicitaciones.

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