El Tique

El Tique

(Cuento de pájaros – por El Curicano)

Con las alas abiertas cual ave migratoria y suspendido en el placentero espacio del cielo y  con la brisa suave y fresca rozando sus mejillas. El Tique parece disfrutar de aquel placer sublime; el mismo que, según él, deben sentir los pájaros al volar en las alturas.

Ese era su pensamiento, mientras flotaba en el espacio cual Cernícalo,  mirando desde lo alto, suspendido por segundo fabulosos con sus alas levantadas por sobre su liviano cuerpo que le permitían flotar, como flota el bote en el mar; como flotan las nubes en otoño libre de amarras y de miedos. Por instantes se suspende en el aire, sin más apoyo que el equilibrio de su cuerpo, no necesita aletear como la torcaza que debe hacerlo con rapidez y fuerza para arrastrar su pesado plumaje;  o como el colibrí que debe aletear diez veces por segundo para mantener su pico pegado a la flor y robarle el dulzor de su néctar.  Sin duda era un Cernícalo, pues su aleteo le permiten detenerse en el espacio y tiempo y  luego planear, volar, viajar, Soñar.  Allí estaba cumpliendo el  sueño de volar, como se cumplen  los sueños imposibles…..

El Tique, desde pequeño fue un soñador, en su imaginación se anidaban un montón de ideas extrañas, fantásticas; “voladuras” para sus compañeros de escuela; “peladuras de cables”, para sus amigos del club deportivo. En ocasiones se pasaba horas y horas con la vista pérdida en el horizonte y  solamente cambiaba la orientación de su mirada,  para admirar el desplazamiento de los pájaros y su aerodinámica.

  Llevaba de una forma casi esquizofrénica anotadas la cantidad de aleteos por minuto de todas las aves ya conocidas, ordenadas prolijamente, con lujos y detalles en una libreta colocada en el bolsillo de su pantalón.  Allí entre otros apuntaba con su particular descripción a:

  El tordo, la diuca, el chercán, el tiuque, el queltehue, la codorniz, la perdiz, el peuco, el jote, el águila, el cóndor, el come tocino, el 7 colores, la chirigua, etc. etc.

  En su infancia y juventud, El Tique vivió en un campo cercano, a  las afueras de la ciudad, junto a su abuelo  Alfredo; gracias a él también, conoció los nombres de aquellos seres tan fantásticos para su joven imaginación, fue una vida llena de descubrimientos y de nuevos pájaros. 

En el huerto, conoció el vuelo rasante de la perdiz,  el vuelo hiperquinético de las golondrinas, que jamás se posaban en lugar alguno, la búsqueda amenazante del Peuco y de cómo las gallinas entre “cacareos” y carreras de alerta, se escabullen hacia los matorrales, al percibir la sombra de su cazador. Conoció tambien en los potreros cercanos, el vuelo bullicioso y agresivo de los “treiles”, o queltehues,  que con sendos espolones en sus  alas, atacaban a hombres y animales en épocas de crías. 

Fue allí  en casa de sus abuelos que también recibió el sobrenombre de “Tique”, al tratar de pronunciar el primer nombre de pájaro en el génesis de su corta vida. 

En esa ocasión, siendo otoño vísperas de las primeras lluvias, se había quedado pegado en la ventana de la cocina, mirando a aquel ave de enormes  garras  y pico arqueado, parado en la higuera, emitiendo; según la abuela, los sonidos de la lluvia que se aproximaba.

 !“Tiuque!”,  le decía la abuela. 

“!Tique!”, respondía él cómicamente; mientras el abuelo lanzaba una carcajada con cada repetición de su nieto soñador. 

Jamás pudo pronunciar ese nombre correctamente, por mucho que su abuela intentara ayudarlo, inventando canciones , donde el coro que repetía una y otra vez, siempre era el mismo;

 “!Tiuque, Tiuque, anunciando la lluvia, está el Tiuque!”.

Definitivamente, jamás pudo pronunciarlo correctamente, estaba destinado, incluso a escribir su nombre en la libreta de los pájaros, como la nombraba su abuelo, donde a continuación del Búho, aparecía la descripción de aquel ave de la lluvia:

“El Tique:

  _Ave poco amistosa, Cazador diurno, ave de carroña, _ garra fuertes, pico aguileño, color marrón jaspeado, _ graznidos que llaman la lluvia, vuelo rápido y ágil, _ alas grandes.

Alimento preferido: 

_ Gorriones  muertos, _lauchas, _lombrices, y ”cuncunas”;  

Vuelo normal 102 aleteos por minuto.

Vuelo rápido  277 aleteos por minuto. 

Así describe al Tiuque, en aquella hoja amarillenta de su libreta, la misma que encontré extrañamente enredada en una rama de mi huerto de almendros y muchas de sus hojas esparcidas  tres días después, y que me llevaron a averiguar y a conocer la historia del Tique…..

Alejandro del Carmen Bernal Bernal, era el verdadero nombre de,  El Tique, que creció en un ambiente saludable y de mucho cariño proporcionado por sus abuelos postizos. De los verdaderos abuelos y de su madre, jamás sabría hasta mucho tiempo después, cuando por casualidad en un paseo con el club deportivo hacia la localidad de Paine,  conoció a “El Rosillo”, personaje del lugar y que era el asme reir del pueblo, por su estado etílico permanente producido por las bondades de la zona. 

Supo también por los lugareños, que el nombre de “El Rosillo”, se le había puesto por las locas carreras que emprendía cual caballo desbocado, estando en “las tomateras” habituales y repitiendo sin cesar:

! Pongale al Rosillo cauros..!, !es una carta segura mierda..!

Luego como en estado de trance, continuaba con un parloteo incansable acerca de caballos, yeguas, potrillos, potros y potrones; ingleses, chilenos, árabes, percherones alemanes, corraleros, de tiro, de carga, etc. 

Donde hubiera una actividad con estos nobles animales, allí estaba “El Rosillo” y siempre en su estado calamitoso de curahuilla insigne de Paine y sus alrededores.  Se le veía en el rodeo, en las domaduras, en  las carreras a la chilena, en las siembras, en las cosechas, en la fiesta de cuasimodo y en las presentaciones del grupo ecuestre de carabineros de chile.

Conocidas son las historias de que cada mes de septiembre, víspera de fiestas patrias, se le veía caminar sagradamente desde Paine a la elipse del parque O’higgins,  para ver la pasada de los caballos de carabineros y del ejército; en esas ocasiones quedaba como idiotizado viendo aquellos esbeltos y marciales “Esquinos”, como tan graciosamente pronunciaba, según él, para hacerle honor a la investiduras de tan gallardos animales. 

Luego de aquellas travesías, comentaba por meses de aquella experiencia marcial de corceles alineados, altos y esbeltos guiados por soldados en monturas de cuero relucientes y de estribos y espuelas brillantes como la plata. 

Aquel alcohólico indigente resultó ser su abuelo materno. Supo también que su madre había partido al norte desde muy joven, donde consiguió un muy buen trabajo cerca de un campamento minero y cada año venía a verlo envuelta en un abrigo de terciopelo azul, zapatos de charol y perfume italiano; entonces,  lo bañaba, le cortaba el pelo y lo  afeitaba, produciendo una transformación casi novelística de aquella escoria humana y  dejándolo perfumado y vestido de terno y corbata azules como su abrigo. 

Una semana exacta  duraba la visita de aquella hija, lo mismo que duraba el perfume, el terno impecable y el estado de ser humano “normal”, de El Rosillo;  desde el 7º día, cuál afirmación divina, el vicio, la mala alimentación y el abandono,  abrazaban a aquel pobre infeliz, y no lo soltaban hasta la próxima visita de su hija. 

El Tique, solo atinó  a escuchar las historias de aquel hombre de ojos brillosos, ligeramente desviados, quizás por golpizas o caídas producto de la embriaguez permanente. 

El alcohol a esa altura de la vida, era el alimento que mantenía respirando en este mundo a aquel ser humano de nariz y cara inflamada y enrojecida por el exceso de bebida, y su estado general deplorable, junto a sus ropas andrajosas y sucias por manchas de vino, comida y vómitos. 

Sin duda, El Tique era un hombre de mucha suerte.

Efectivamente, El Tique en su juventud, fue reconocido futbolista, participando en el club deportivo del lugar, y al cual ingresó por iniciativa de su abuelo postizo; fanático por el fútbol, hasta el día en que la falta de insulina en su cuerpo, le dijo “Final del partido”.  

Probó su juego en todos los puestos de la cancha, pero en ninguno resultaba, salvo en el de centro delantero o “lauchero”; el cual le quedaba  como anillo al dedo, pues su rechazo era impresionante;  se levantaba por sobre los más espigados y bravos defensas y permanecía en el aire por segundos preciosos que le permitían cabecear fácilmente todo centro, todo córner o tiro libre que hubiera a favor de su equipo, siendo prenda segura de goles y de triunfos.  Con el tiempo su estilo se perfeccionó a niveles insuperables, llegando a ser el goleador del campeonato local por varias temporadas. 

En cierta ocasión por lesión del único arquero de la serie, el equipo completo apelando a su buen salto,  puso sus ojos en él y fue así que tomó el lugar de “guardameta”, en aquel importante partido de definición. 

Como era de suponerse fue garantía también en el arco, saltaba mucho más que los delanteros rivales y apañaba el balón con sus manos como “garras de Tiuque”, salía a cortar los tiros de esquina, los centros con una gran naturalidad y facilidad; hasta que llegó el momento que le quitó la posibilidad de ser un gran portero y ser relegado exclusivamente a ser el “lauchero” del equipo.

En ese entonces, corría el último cuarto de hora de aquella definición; con cada atajada del Tique, la muchedumbre gritaba vivas y hurras, con algarabía, se escuchaban gritos desde los distintos rincones de la cancha.

¡Grande Cóndor volador…!!, ¡ Fabuloso Halcón de la montaña!!, buena, ¡Viva.!!.

No faltó el cántico de las féminas del pueblo que se reunían cada domingo en la cancha so-pretexto de encontrar un buen “partido”, entre aquellos jóvenes y ganosos futbolistas de pueblo y cada cierto tiempo la concertada barra, repetía en coro:

“!tenemos un arquero 

que es una maravilla,  

ataja las pelotas

sentado en una silla!”.

A lo que El Tique respondía, agazapado escupiendo repetidamente las manos a la espera de otro ataque enemigo;

¡Déjenme como El Tique, nomas… no necesito plumas para volar.!

Fue entonces que a minutos de alcanzar la gloria para su equipo y coronarlo campeón de una nueva temporada, una bandada de enormes aves blancas como la nieve de patas largas y huesudas, cruzó el cielo sobre la cancha de fútbol y allí se quedó El Tique, al medio de los tres palos con la vista fija en aquellas bellezas que sincronizadamente aleteaban con rumbo al rió,  y proveniente de quizás qué rincón o quebrada  de la cordillera.  

Era una imagen de fantasía, tal vez sacadas de algún  cuento, de aquellos que su abuela le leía en las noches de invierno; eran albinas, blancas, casi transparentes, igual que Luchín, el hijo albino de doña Clara,  que solo salía de noche, pues según los comentarios, de sus abuelos,  la luz del sol les impedía ver el día. 

Fue un minuto exacto el que permaneció con la vista clavada en aquellas damas blancas, registrando en su memoria todos los detalles posibles y los 90 aleteos exactos que dieron antes de perderse detrás de los enormes encinos del callejón. 

Entre tanto la muchedumbre, gritaba en forma cada vez más aireada..:

¡Cuidado con el centro!, 

¡Sale a cortar! hueon,  

¡Despierta jeton!, 

“!despabilaté!” ……

Muchos de sus compañeros gritaron al unísono, en aquel instante fatal;

¡…Pajaron  conchetumare……!!

En efecto, estando en un nuevo transe de pájaros; un delantero del equipo rival había logrado una carga por el costado derecho de la cancha y envió un centro a boca de jarro que sin resistencia alguna de defensas y menos del Tique, el puntero izquierdo del Unión Esperanza, con gran facilidad, había clavado un certero remate en un ángulo del arco defendido,  por el,  hasta ese  instante del partido, el “mejor arquero del mundo”.

El Tique nunca escuchó los gritos de peligro, ni las recriminaciones de sus compañeros;  mientras estuvo en aquel estado hipnótico producido por aquel nuevo estilo de aves, blancas y raquíticas como modelos de televisión; solo pudo ser traído a la tierra por unos de sus compañeros, que tomando el balón incrustado en la red de su propio arco, lo arrojó con furia al rostro del pobre infeliz; este al volver en sí y percatarse de tal descalabro, solo atinó a sentarse en el piso y colocar la cabeza entre sus manos y apoyarse en sus rodillas, sintiéndose el centro de burlas e insultos. 

Permaneció allí por horas, mientras todo el pueblo lo apuntaba con el dedo, incluyendo a aquella barra de fans que en ese momento terrible le daba la espalda. 

Aquella semana  fue interminable, llena de  humillaciones por  parte de sus compañeros de equipo y las burlas de otros habitantes del pueblo, se hicieron latentes cuando supieron de su lamentable “pajaroneo”, en aquel fatal partido.

Pero aquellas experiencias y otras más lamentables aún,  no apartaron  al Tique de su atracción y casi veneración por los pájaros; su libreta se llenaba cada vez más con nuevas especies, al listado se le sumaban:

Las cuculíes, Torcazas, Mirlos, Picaflores, Gorriones, Tencas, Loicas, Zorzales, Lechuzas, Gaviotas, Pelicanos, tordos, Buitres, Pitios,  Patos de ríos, Pidenes, Taguas, y ahora garzas, entre otros tantos.

Fue en el verano del año siguiente que conoció a Paloma, hermosa niña rubia, venida de la ciudad, su piel casi albina como las garzas del río, y  que llegó de vacaciones al pueblo; quizás su nombre de ave y sus ojos verdes y el pelo rubio con un mechón en forma de codorniz;  fueron los que embrujaron el corazón del Tique. 

En los dos meses de aquel verano, no hubo nuevos pájaros, ni anotaciones de vuelos y aleteos, solo existía una ave que llenaba la atención de Alejandro del Carmen Bernal Bernal,   Paloma.

Paloma era hermosa, como una diosa de cuentos; según la descripción que anotó en un lugar muy especial de su libreta de pájaros.  Y donde iba Paloma con sus familiares, allí estaba El Tique a la distancia, mirándola y suspirando con cada gesto y cada movimiento que ella realizaba. 

Siempre trató de llamar la  atención de aquella hermosa niña tan distinta a las que conocía, tan delicada y angelical y con ese aroma suave y deliciosos, propio de las niñas de ciudad, donde todo es limpio; donde no hay barro en las calles; donde las ropas no se ensucian; donde las zapatos no se rompen en la planta por tanto uso;  donde las casas tiene ante-jardines con pasto suave como alfombras. 

Buscó todas las formas posibles para acercarse a su paloma idolatrada; le enviaba “razones” con sus primas, saludos, flores, tréboles de 4 hojas, versos, dibujos de pájaros, pero nada. 

Un domingo mientras juntaba moras junto a sus tías camino del pueblo, tomó valor y con el pecho latiendo a doscientos aleteos por minuto, bajó de su bicicleta,  se acercó al grupo y con voz temblorosa dijo.

¡Las mejores moras están camino al río, ahí, son  grandes y dulces especiales para la mermelada.!!., además hay muchos pájaros hermosos que se pueden divisar

Todos se volvieron a él y le agradecieron, pero los ojos que él quería ver no lo miraron, más bien bajaron la mirada al suelo y sonrieron de forma burlona y cómplice,

al tiempo que decía:

!Me encantan los pájaros, pero como tú los dibujas…!

Así se inició un  romance lleno de cantos e  historias de pájaros,  y en cada  verano se reencontraban y disfrutaban de casi dos meses de romance pajarístico. 

El  tiempo y la necesidad de estar cerca de su paloma, un día lo hicieron emigrar a la ciudad; había logrado conquistar a aquella hermosa paloma y estar cerca de ella, desde entonces no se apartaría de ella hasta la muerte,  como lo hacen las cuculíes…………….

El Tique se adaptó a la nueva vida de ciudad,  algo que no le agradaba del todo, porque allí no se veían las migraciones de aves, o de las tórtolas volando al atardecer para refugiarse cerca de los cerros. Pero estaba su paloma, única ave que aleteaba en su corazón y lo mantenía vivo.

Una atardecer Alejando del Carmen Bernal Bernal, en su trabajo de conserje de un edificio de departamentos, reflexionaba: 

Que hermoso sería volar como pájaro, planear, soñar.  Desde acá arriba,  las gentes, los vehículos y los árboles, se ven pequeños, como cientos de hormigas recorriendo un laberinto, solo emiten un bullicio como enjambre de abejas. 

Al mirar más allá de la ciudad, se dio cuenta que aún quedaban vestigios de los campos cercanos, en otros lugares chimeneas humeando y más lejos aún, una plantación de almendros.

Era la ocasión de cumplir el sueño de volar, quería ser un pájaro, y sin duda hoy se sentía uno de ellos con sus brazos abiertos en aquella azotea. 

Fue un minuto exacto lo que tardó el vuelo libre de, El Tique, con sus ojos cerrados.

Bastaron solo dos aleteos para alzar el vuelo, planear y sentir, como los pájaros sienten la brisa en su plumaje y la sensación de libertad.  Junto con él,  la libreta de pájaros de hojas ya sueltas y amarillentas, se dispersaron por el aire en todas direcciones como golondrinas hiperquinéticas. 

Horas antes de aquel vuelo de pájaro; paloma su pájara amada, su cuculí compañera de toda la vida, había demostrado no estar a la altura del  amor de pajaros fieles y eternos y no tuvo miramiento al meter a otro palomo en el nido de amor, Aquel que había construido en sus sueños de pájaro amante.

FIN

La Diana

La Diana

(Cuento sobre hombres dementes y perros cuerdos – por El Curicano)

 Pasaba por avenida Vergara, sin grandes apuros mirando las curiosidades de la vida que de vez en cuando se dejan ver y que si aguzamos la visión y los sentidos, están allí en los mismos cristales de tu anteojos!.  Las hay por montones y pueden ser chocantes, pintorescas, ridículas, estúpidas, graciosas, impactantes, deprimentes, etc. Son un sin número de formas con que la vida se manifiesta en este rincón del mundo.

Mientras trato de cruzar hacia la heladería Riquelme, Un manada de perros vagos y otros no tanto, me rodean y me atropellan, debiendo esquivarlos con pericia para no caer sobre las babas diseminadas en el pavimento calcinante de los adoquines y que gotea profusamente de aquellos hocicos extenuados por el trajín, el calor y las ansias de copular, o  quedar enganchado o “pega’o” como exclamaba un poco más tarde el Loco Harry con sus ojos brillosos y sonrisa idiotizada. Este simple acto de apareamiento, es un arte, donde la estrategia, la pericia, valentía y persistencia son la fórmula para alcanzar el éxito.  Seres que sin el mayor raciocinio solo buscan perpetuar la especie y sus , por lo general, miserables existencias.  

La típica “lea” como  la llamamos en el sur;  son jaurías de 10 o más quiltros  que con sus lenguas expuestas después de quizás cuadras y cuadras de ida y vuelta, tratando de atrapar la presa que el instinto canino les depara.  Son de distinto tamaño y mezclas de razas, principalmente “Quilterry”, como dice  Don Bernardino, insigne cronista de hechos comunes, que obviamente tendría su propia opinión de estos acontecimientos tantas veces vistos, principalmente en la ciudades atiborradas de seres humanos, palomas,  vehículos y por su puesto quiltros. 

Algunos llegaron a la vida debajo del esqueleto de un viejo camión abandonado, o debajo en un escaño de la plaza o en un rincón de la bencinera. 

La concubina, hembra o víctima, es la Diana; la pobre y desnutrida perrita del Quiosco de la plaza, que ha entrado en celo, obviamente por un proceso natural; proceso que de ser por ella  lo evitaría o ocultaría como lo hacen los humanos, evitando ser vista, o en este caso olfateada a 100 metros a la redonda, o simplemente se escondería quizás en el laberinto del recién inaugurado Centro comercial Arauco y así escapar de aquel acoso tan “animal” que no respeta tránsito, condición climática, no sabe de rubor ni de apariencias,  ni del qué dirán, solo es, existe, está ahí, en nuestras narices. 

Mientras la “orgía canina” continuaba hacia la plaza, ingreso a la heladería pidiendo uno con sabor a piña. estaba cancelando aquel refrescante y dulce cubo de hielo cuando escucho una voz que me dice,

  ¡Hola Tío!, se acuerda de mí.  y prosigue, ¿se va a tomar un helado?.

Allí estaba el Loco Harry, parado frente a mí con sus ojos siempre brillosos, por los medicamentos, el neopreno o quizás el alcohol, con su sonrisa idiotizada que dejan ver su descuidada y lamentable dentadura, negra y con  piezas faltantes; un poco de saliva se escurre por la comisura de sus labios, quizás por el hambre, la sed o simplemente por su demencia juvenil, que lo afecta hace algunos años; la misma por la que sufre la constante y solapada discriminación y el abandono a su suerte,  igual que aquellos quiltros de la avenida Vergara.

Hola Harry, ¿Cómo te va?, le respondo.

¡Bien Tío!, dice con prontitud y con un efusivo abrazo, que suele regalar cuando se siente apreciado o simplemente cuando quiere conseguir una moneda o en este caso,  un helado. 

¡Tío!, ¿me regala un helado?.

De vuelta a la calle camino junto al Loco Harry, que “languetear” con ansias una gran bola de crema sobre un cono marrón de su enorme barquillo.

El Loco Harry, a pesar de representar 30, es un joven de no más de 19 años cronológicos,  moreno, delgado, de no más de 1,60 de altura, sus ropas sucias delatan el abandono e indigencia; las crisis de angustia y alucinaciones, llevaron a que los siquiatras de Avenida La Paz, lo medicáran en forma permanente.  Con esas pastillas hacen que se vea en un constante sopor y aletargamiento o en estado de “Pichicate’o”, como dice mi amigo Gerardo; este estado aumenta y hacen más llamativa su desnutrición y falta de aseo personal. 

Al Loco Harry no se le sabe nombre real,  ni paradero conocido, no se sabe de parientes, menos padres o hermanos, solo está allí, en la calle, en los locales, en el centro de cultura, en el cuartel de bomberos, en la bencinera, en la posta de urgencia, su vida permanece allí, por donde todos pasan, allí donde transeúntes le regalan monedas, allí donde muchas veces recibió risotadas de burla y más de alguna vez patadas en el culo o “charchazos”,  de gente “Normal” que por simple gusto,  descargan su ira y muchas veces su impotencia y cobardía con personas indefensas.

Cierto día so-pretexto de  pagar 2 mil pesos, el imbécil mal nacido de la bencinera; no puede haber un adjetivo mejor para un ser humano de tal calaña, Indujo al Loco Harry a tragarse 3 canicas o bolitas de cristal y un ají sobrante de su colación; otro bombero alzó la apuesta al doble, si agregaba a este coctel, un trago de petróleo negro y mal oliente, de una de las islas del servi-centro.  El pobre loco con tal de ganarse aquellas monedas, entre gritos de vivas y risotadas burlonas,  con cada sorbo de petróleo tragó una a una las canicas y el ají picante.

Definitivamente hubo que abrir la escuálida barriga del loco Harry, porque una de las canicas extrañamente se había partido en pedazos y se habían incrustado en distintos lugares del  intestino delgado; el petróleo por su parte y el ají picante al extremo, habían hecho el resto y aquel dolor quemante,  terminaron por desmayar al pobre loco y dejarlo inconsciente por 3 días, los mismos que lo médicos tardaron en eliminar completamente los rastros de cristal, de petróleo y ají, del malogrado intestino de aquel pobre infeliz.

El Loco Harry, nunca hizo daño a persona alguna, siempre fue pacífico y huía prontamente de los enfrentamientos y jamás hizo frente a los ataques de borrachos, “patos malos” o de personas “normales”. Aquellos que descargan la brutalidad contra un pobre diablo.

Entre sus locuras más notorias,  estaban cantar a grito pelado como aquel cantante tropical,  y decir con una clara intención de entretener su frase célebre; “Aaaaanémico”,  frase que causaba hilaridad, al tiempo que  abría su desabotonada camisa grasienta y mostraba su huesudo pecho lampiño; o también pintarse de payaso prolijamente con pasta de zapatos y crema chantilly alrededor de su boca para imitar a aquellos pintorescos artistas de circo pobre. 

Bueno como es de imaginar la crema poco duraba en su cara, pues con cada risotada y grito, se langueteaba cual quiltro recién comido, saboreando el dulzor de aquella crema. o bailar cuecas estrambóticamente, en los eventos culturales que en aquella plaza eran comunes en el pueblo. 

Al ritmo de aquella música el loco Harry, como en un trance, bailaba y bailaba sin parar, canción tras canción inventando coreografías, igual como el músico de jazz improvisa los sonidos, él improvisaba coreografías de cuecas, zapateos, saltos acrobáticos, carreras enloquecidas cual si fuera un huaso a caballo, luego sutiles pasos de ballet sacados de no sé, qué rincón de su atrofiada memoria. 

Cierto día bailó tanto y tanto, que a pesar que el evento ya había concluido dos horas atrás y los sonidistas desmontado los equipos, El Loco Harry, no paraba de bailar al ritmo de las cuecas que sonaban en su cabeza cada vez con más claridad y sentido. 

Finalmente con ayuda de bomberos y auxiliares de la posta de urgencia a pasos de la plaza, pudo ser detenido y sacado de aquel tragicómico trance de música, baile y acrobacias…………..

¡Gracias Tio!, se pasooooo!, 

Fueron sus palabras cuando concluía el último trozo de barquillo y se langueteaba los restos de crema repartidos en su barbilla y sus manos.

Yo lo conozco a usted!, me decía, ¡yo siempre lo veo cantando, tocando la guitarra….!, yo sé bailar y cantar como Américo; continúo,  Al tiempo que improvisaba un trabajoso zapateo ágil y coordinado que concluyó con una venia final, igual que un bailarín del municipal.  

No pude dejar de sonreír y sentir una mezcla de ternura, lástima y aprecio por aquel muchacho delgado, con ojos brillantes, producto de la droga suministrada por algún loquero de mala muerte, sin el mayor respeto por el ser humano que en lugar de buscar la rehabilitación,  solo dan un paliativo que al fin de cuenta encubre el real motivo de la enfermedad y hacen al paciente dependiente de fármacos y tratamientos costosos. Es claro que la salud es el gran negocio actual, como muchos otros negocios, donde el inescrupuloso sobresale  y da rienda suelta a la inconsciencia e indolencia humana.  

Estando en esa reflexión, la brusca carrera hacia la calle y los gritos del Loco Harry, me retraen a la plaza..

¡Están pegados, Están pegados, Están pegados …!!

En efecto, la jauría se encontraba en medio de la calle principal en una esquina de la plaza, y como es de adivinar, el típico, mugroso y más pulguiento de los quiltros había logrado cupular con la raquítica y pequeña perra del Kiosco. 

Allí estaban en medio de la calle rodeado por los otros quiltros que ladraban su impotencia, y a la espera de ser el próximo ganador. 

Los ladridos se mezclaban con las bocinas de los impacientes conductores que debieron detener su marcha al verse imposibilitados de continuar. 

Las personas se aglomeraron alrededor de aquellos animales, alguien trató de espantarlos a gritos en medio de la calle… otros gritaron ¡!tírales agua!!. 

Un conductor furioso bajó de su vehículo y trató de ahuyentarlos con el fierro de su gata hidráulica, sin resultado alguno; es más los perros de mayor tamaño le hicieron frente gruñendo y mostrándose resuelto a morder a cualquiera que se atreviera a acercarse. 

Fueron segundos interminables de tensión.  Sorpresivamente un taxista aceleró su automóvil y a gran velocidad,  con un rostro de impotencia, ira y menosprecio, embistió a aquellos pobres animales que saltaron por los aires en medio de aullidos y gritos de la multitud. 

Varios quiltros muertos, otros heridos con fracturas expuestas gemían al borde de la acera, otro que convulsionaba dando un último respiro. 

Entre el bullicio del gentío y los motores en marcha escucho nuevamente los gritos del Loco Harry, esta vez con el dolor de la muerte..

¡!!Es la Diana Tió, Es mi Diana..!

Allí estaba el loco Harry, abrazando a los restos inertes de aquella raquítica quiltra de la plaza y mientras la aprisionaba a su lampiño pecho huesudo, repetía sin parar…

¡¡Es “la Diana” Tió, ¡Es mi Diana..!.

¡!!Es “la Diana Tió”, ¡Es mi Diana..!.

FIN