La Diana

(Cuento sobre hombres dementes y perros cuerdos – por El Curicano)

 Pasaba por avenida Vergara, sin grandes apuros mirando las curiosidades de la vida que de vez en cuando se dejan ver y que si aguzamos la visión y los sentidos, están allí en los mismos cristales de tu anteojos!.  Las hay por montones y pueden ser chocantes, pintorescas, ridículas, estúpidas, graciosas, impactantes, deprimentes, etc. Son un sin número de formas con que la vida se manifiesta en este rincón del mundo.

Mientras trato de cruzar hacia la heladería Riquelme, Un manada de perros vagos y otros no tanto, me rodean y me atropellan, debiendo esquivarlos con pericia para no caer sobre las babas diseminadas en el pavimento calcinante de los adoquines y que gotea profusamente de aquellos hocicos extenuados por el trajín, el calor y las ansias de copular, o  quedar enganchado o “pega’o” como exclamaba un poco más tarde el Loco Harry con sus ojos brillosos y sonrisa idiotizada. Este simple acto de apareamiento, es un arte, donde la estrategia, la pericia, valentía y persistencia son la fórmula para alcanzar el éxito.  Seres que sin el mayor raciocinio solo buscan perpetuar la especie y sus , por lo general, miserables existencias.  

La típica “lea” como  la llamamos en el sur;  son jaurías de 10 o más quiltros  que con sus lenguas expuestas después de quizás cuadras y cuadras de ida y vuelta, tratando de atrapar la presa que el instinto canino les depara.  Son de distinto tamaño y mezclas de razas, principalmente “Quilterry”, como dice  Don Bernardino, insigne cronista de hechos comunes, que obviamente tendría su propia opinión de estos acontecimientos tantas veces vistos, principalmente en la ciudades atiborradas de seres humanos, palomas,  vehículos y por su puesto quiltros. 

Algunos llegaron a la vida debajo del esqueleto de un viejo camión abandonado, o debajo en un escaño de la plaza o en un rincón de la bencinera. 

La concubina, hembra o víctima, es la Diana; la pobre y desnutrida perrita del Quiosco de la plaza, que ha entrado en celo, obviamente por un proceso natural; proceso que de ser por ella  lo evitaría o ocultaría como lo hacen los humanos, evitando ser vista, o en este caso olfateada a 100 metros a la redonda, o simplemente se escondería quizás en el laberinto del recién inaugurado Centro comercial Arauco y así escapar de aquel acoso tan “animal” que no respeta tránsito, condición climática, no sabe de rubor ni de apariencias,  ni del qué dirán, solo es, existe, está ahí, en nuestras narices. 

Mientras la “orgía canina” continuaba hacia la plaza, ingreso a la heladería pidiendo uno con sabor a piña. estaba cancelando aquel refrescante y dulce cubo de hielo cuando escucho una voz que me dice,

  ¡Hola Tío!, se acuerda de mí.  y prosigue, ¿se va a tomar un helado?.

Allí estaba el Loco Harry, parado frente a mí con sus ojos siempre brillosos, por los medicamentos, el neopreno o quizás el alcohol, con su sonrisa idiotizada que dejan ver su descuidada y lamentable dentadura, negra y con  piezas faltantes; un poco de saliva se escurre por la comisura de sus labios, quizás por el hambre, la sed o simplemente por su demencia juvenil, que lo afecta hace algunos años; la misma por la que sufre la constante y solapada discriminación y el abandono a su suerte,  igual que aquellos quiltros de la avenida Vergara.

Hola Harry, ¿Cómo te va?, le respondo.

¡Bien Tío!, dice con prontitud y con un efusivo abrazo, que suele regalar cuando se siente apreciado o simplemente cuando quiere conseguir una moneda o en este caso,  un helado. 

¡Tío!, ¿me regala un helado?.

De vuelta a la calle camino junto al Loco Harry, que “languetear” con ansias una gran bola de crema sobre un cono marrón de su enorme barquillo.

El Loco Harry, a pesar de representar 30, es un joven de no más de 19 años cronológicos,  moreno, delgado, de no más de 1,60 de altura, sus ropas sucias delatan el abandono e indigencia; las crisis de angustia y alucinaciones, llevaron a que los siquiatras de Avenida La Paz, lo medicáran en forma permanente.  Con esas pastillas hacen que se vea en un constante sopor y aletargamiento o en estado de “Pichicate’o”, como dice mi amigo Gerardo; este estado aumenta y hacen más llamativa su desnutrición y falta de aseo personal. 

Al Loco Harry no se le sabe nombre real,  ni paradero conocido, no se sabe de parientes, menos padres o hermanos, solo está allí, en la calle, en los locales, en el centro de cultura, en el cuartel de bomberos, en la bencinera, en la posta de urgencia, su vida permanece allí, por donde todos pasan, allí donde transeúntes le regalan monedas, allí donde muchas veces recibió risotadas de burla y más de alguna vez patadas en el culo o “charchazos”,  de gente “Normal” que por simple gusto,  descargan su ira y muchas veces su impotencia y cobardía con personas indefensas.

Cierto día so-pretexto de  pagar 2 mil pesos, el imbécil mal nacido de la bencinera; no puede haber un adjetivo mejor para un ser humano de tal calaña, Indujo al Loco Harry a tragarse 3 canicas o bolitas de cristal y un ají sobrante de su colación; otro bombero alzó la apuesta al doble, si agregaba a este coctel, un trago de petróleo negro y mal oliente, de una de las islas del servi-centro.  El pobre loco con tal de ganarse aquellas monedas, entre gritos de vivas y risotadas burlonas,  con cada sorbo de petróleo tragó una a una las canicas y el ají picante.

Definitivamente hubo que abrir la escuálida barriga del loco Harry, porque una de las canicas extrañamente se había partido en pedazos y se habían incrustado en distintos lugares del  intestino delgado; el petróleo por su parte y el ají picante al extremo, habían hecho el resto y aquel dolor quemante,  terminaron por desmayar al pobre loco y dejarlo inconsciente por 3 días, los mismos que lo médicos tardaron en eliminar completamente los rastros de cristal, de petróleo y ají, del malogrado intestino de aquel pobre infeliz.

El Loco Harry, nunca hizo daño a persona alguna, siempre fue pacífico y huía prontamente de los enfrentamientos y jamás hizo frente a los ataques de borrachos, “patos malos” o de personas “normales”. Aquellos que descargan la brutalidad contra un pobre diablo.

Entre sus locuras más notorias,  estaban cantar a grito pelado como aquel cantante tropical,  y decir con una clara intención de entretener su frase célebre; “Aaaaanémico”,  frase que causaba hilaridad, al tiempo que  abría su desabotonada camisa grasienta y mostraba su huesudo pecho lampiño; o también pintarse de payaso prolijamente con pasta de zapatos y crema chantilly alrededor de su boca para imitar a aquellos pintorescos artistas de circo pobre. 

Bueno como es de imaginar la crema poco duraba en su cara, pues con cada risotada y grito, se langueteaba cual quiltro recién comido, saboreando el dulzor de aquella crema. o bailar cuecas estrambóticamente, en los eventos culturales que en aquella plaza eran comunes en el pueblo. 

Al ritmo de aquella música el loco Harry, como en un trance, bailaba y bailaba sin parar, canción tras canción inventando coreografías, igual como el músico de jazz improvisa los sonidos, él improvisaba coreografías de cuecas, zapateos, saltos acrobáticos, carreras enloquecidas cual si fuera un huaso a caballo, luego sutiles pasos de ballet sacados de no sé, qué rincón de su atrofiada memoria. 

Cierto día bailó tanto y tanto, que a pesar que el evento ya había concluido dos horas atrás y los sonidistas desmontado los equipos, El Loco Harry, no paraba de bailar al ritmo de las cuecas que sonaban en su cabeza cada vez con más claridad y sentido. 

Finalmente con ayuda de bomberos y auxiliares de la posta de urgencia a pasos de la plaza, pudo ser detenido y sacado de aquel tragicómico trance de música, baile y acrobacias…………..

¡Gracias Tio!, se pasooooo!, 

Fueron sus palabras cuando concluía el último trozo de barquillo y se langueteaba los restos de crema repartidos en su barbilla y sus manos.

Yo lo conozco a usted!, me decía, ¡yo siempre lo veo cantando, tocando la guitarra….!, yo sé bailar y cantar como Américo; continúo,  Al tiempo que improvisaba un trabajoso zapateo ágil y coordinado que concluyó con una venia final, igual que un bailarín del municipal.  

No pude dejar de sonreír y sentir una mezcla de ternura, lástima y aprecio por aquel muchacho delgado, con ojos brillantes, producto de la droga suministrada por algún loquero de mala muerte, sin el mayor respeto por el ser humano que en lugar de buscar la rehabilitación,  solo dan un paliativo que al fin de cuenta encubre el real motivo de la enfermedad y hacen al paciente dependiente de fármacos y tratamientos costosos. Es claro que la salud es el gran negocio actual, como muchos otros negocios, donde el inescrupuloso sobresale  y da rienda suelta a la inconsciencia e indolencia humana.  

Estando en esa reflexión, la brusca carrera hacia la calle y los gritos del Loco Harry, me retraen a la plaza..

¡Están pegados, Están pegados, Están pegados …!!

En efecto, la jauría se encontraba en medio de la calle principal en una esquina de la plaza, y como es de adivinar, el típico, mugroso y más pulguiento de los quiltros había logrado cupular con la raquítica y pequeña perra del Kiosco. 

Allí estaban en medio de la calle rodeado por los otros quiltros que ladraban su impotencia, y a la espera de ser el próximo ganador. 

Los ladridos se mezclaban con las bocinas de los impacientes conductores que debieron detener su marcha al verse imposibilitados de continuar. 

Las personas se aglomeraron alrededor de aquellos animales, alguien trató de espantarlos a gritos en medio de la calle… otros gritaron ¡!tírales agua!!. 

Un conductor furioso bajó de su vehículo y trató de ahuyentarlos con el fierro de su gata hidráulica, sin resultado alguno; es más los perros de mayor tamaño le hicieron frente gruñendo y mostrándose resuelto a morder a cualquiera que se atreviera a acercarse. 

Fueron segundos interminables de tensión.  Sorpresivamente un taxista aceleró su automóvil y a gran velocidad,  con un rostro de impotencia, ira y menosprecio, embistió a aquellos pobres animales que saltaron por los aires en medio de aullidos y gritos de la multitud. 

Varios quiltros muertos, otros heridos con fracturas expuestas gemían al borde de la acera, otro que convulsionaba dando un último respiro. 

Entre el bullicio del gentío y los motores en marcha escucho nuevamente los gritos del Loco Harry, esta vez con el dolor de la muerte..

¡!!Es la Diana Tió, Es mi Diana..!

Allí estaba el loco Harry, abrazando a los restos inertes de aquella raquítica quiltra de la plaza y mientras la aprisionaba a su lampiño pecho huesudo, repetía sin parar…

¡¡Es “la Diana” Tió, ¡Es mi Diana..!.

¡!!Es “la Diana Tió”, ¡Es mi Diana..!.

FIN

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