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El Tique
(Cuento de pájaros – por El Curicano)
Con las alas abiertas cual ave migratoria y suspendido en el placentero espacio del cielo y con la brisa suave y fresca rozando sus mejillas. El Tique parece disfrutar de aquel placer sublime; el mismo que, según él, deben sentir los pájaros al volar en las alturas.
Ese era su pensamiento, mientras flotaba en el espacio cual Cernícalo, mirando desde lo alto, suspendido por segundo fabulosos con sus alas levantadas por sobre su liviano cuerpo que le permitían flotar, como flota el bote en el mar; como flotan las nubes en otoño libre de amarras y de miedos. Por instantes se suspende en el aire, sin más apoyo que el equilibrio de su cuerpo, no necesita aletear como la torcaza que debe hacerlo con rapidez y fuerza para arrastrar su pesado plumaje; o como el colibrí que debe aletear diez veces por segundo para mantener su pico pegado a la flor y robarle el dulzor de su néctar. Sin duda era un Cernícalo, pues su aleteo le permiten detenerse en el espacio y tiempo y luego planear, volar, viajar, Soñar. Allí estaba cumpliendo el sueño de volar, como se cumplen los sueños imposibles…..
El Tique, desde pequeño fue un soñador, en su imaginación se anidaban un montón de ideas extrañas, fantásticas; “voladuras” para sus compañeros de escuela; “peladuras de cables”, para sus amigos del club deportivo. En ocasiones se pasaba horas y horas con la vista pérdida en el horizonte y solamente cambiaba la orientación de su mirada, para admirar el desplazamiento de los pájaros y su aerodinámica.
Llevaba de una forma casi esquizofrénica anotadas la cantidad de aleteos por minuto de todas las aves ya conocidas, ordenadas prolijamente, con lujos y detalles en una libreta colocada en el bolsillo de su pantalón. Allí entre otros apuntaba con su particular descripción a:
El tordo, la diuca, el chercán, el tiuque, el queltehue, la codorniz, la perdiz, el peuco, el jote, el águila, el cóndor, el come tocino, el 7 colores, la chirigua, etc. etc.
En su infancia y juventud, El Tique vivió en un campo cercano, a las afueras de la ciudad, junto a su abuelo Alfredo; gracias a él también, conoció los nombres de aquellos seres tan fantásticos para su joven imaginación, fue una vida llena de descubrimientos y de nuevos pájaros.
En el huerto, conoció el vuelo rasante de la perdiz, el vuelo hiperquinético de las golondrinas, que jamás se posaban en lugar alguno, la búsqueda amenazante del Peuco y de cómo las gallinas entre “cacareos” y carreras de alerta, se escabullen hacia los matorrales, al percibir la sombra de su cazador. Conoció tambien en los potreros cercanos, el vuelo bullicioso y agresivo de los “treiles”, o queltehues, que con sendos espolones en sus alas, atacaban a hombres y animales en épocas de crías.
Fue allí en casa de sus abuelos que también recibió el sobrenombre de “Tique”, al tratar de pronunciar el primer nombre de pájaro en el génesis de su corta vida.
En esa ocasión, siendo otoño vísperas de las primeras lluvias, se había quedado pegado en la ventana de la cocina, mirando a aquel ave de enormes garras y pico arqueado, parado en la higuera, emitiendo; según la abuela, los sonidos de la lluvia que se aproximaba.
!“Tiuque!”, le decía la abuela.
“!Tique!”, respondía él cómicamente; mientras el abuelo lanzaba una carcajada con cada repetición de su nieto soñador.
Jamás pudo pronunciar ese nombre correctamente, por mucho que su abuela intentara ayudarlo, inventando canciones , donde el coro que repetía una y otra vez, siempre era el mismo;
“!Tiuque, Tiuque, anunciando la lluvia, está el Tiuque!”.
Definitivamente, jamás pudo pronunciarlo correctamente, estaba destinado, incluso a escribir su nombre en la libreta de los pájaros, como la nombraba su abuelo, donde a continuación del Búho, aparecía la descripción de aquel ave de la lluvia:
“El Tique:
_Ave poco amistosa, Cazador diurno, ave de carroña, _ garra fuertes, pico aguileño, color marrón jaspeado, _ graznidos que llaman la lluvia, vuelo rápido y ágil, _ alas grandes.
Alimento preferido:
_ Gorriones muertos, _lauchas, _lombrices, y ”cuncunas”;
Vuelo normal 102 aleteos por minuto.
Vuelo rápido 277 aleteos por minuto.
Así describe al Tiuque, en aquella hoja amarillenta de su libreta, la misma que encontré extrañamente enredada en una rama de mi huerto de almendros y muchas de sus hojas esparcidas tres días después, y que me llevaron a averiguar y a conocer la historia del Tique…..
Alejandro del Carmen Bernal Bernal, era el verdadero nombre de, El Tique, que creció en un ambiente saludable y de mucho cariño proporcionado por sus abuelos postizos. De los verdaderos abuelos y de su madre, jamás sabría hasta mucho tiempo después, cuando por casualidad en un paseo con el club deportivo hacia la localidad de Paine, conoció a “El Rosillo”, personaje del lugar y que era el asme reir del pueblo, por su estado etílico permanente producido por las bondades de la zona.
Supo también por los lugareños, que el nombre de “El Rosillo”, se le había puesto por las locas carreras que emprendía cual caballo desbocado, estando en “las tomateras” habituales y repitiendo sin cesar:
! Pongale al Rosillo cauros..!, !es una carta segura mierda..!
Luego como en estado de trance, continuaba con un parloteo incansable acerca de caballos, yeguas, potrillos, potros y potrones; ingleses, chilenos, árabes, percherones alemanes, corraleros, de tiro, de carga, etc.
Donde hubiera una actividad con estos nobles animales, allí estaba “El Rosillo” y siempre en su estado calamitoso de curahuilla insigne de Paine y sus alrededores. Se le veía en el rodeo, en las domaduras, en las carreras a la chilena, en las siembras, en las cosechas, en la fiesta de cuasimodo y en las presentaciones del grupo ecuestre de carabineros de chile.
Conocidas son las historias de que cada mes de septiembre, víspera de fiestas patrias, se le veía caminar sagradamente desde Paine a la elipse del parque O’higgins, para ver la pasada de los caballos de carabineros y del ejército; en esas ocasiones quedaba como idiotizado viendo aquellos esbeltos y marciales “Esquinos”, como tan graciosamente pronunciaba, según él, para hacerle honor a la investiduras de tan gallardos animales.
Luego de aquellas travesías, comentaba por meses de aquella experiencia marcial de corceles alineados, altos y esbeltos guiados por soldados en monturas de cuero relucientes y de estribos y espuelas brillantes como la plata.
Aquel alcohólico indigente resultó ser su abuelo materno. Supo también que su madre había partido al norte desde muy joven, donde consiguió un muy buen trabajo cerca de un campamento minero y cada año venía a verlo envuelta en un abrigo de terciopelo azul, zapatos de charol y perfume italiano; entonces, lo bañaba, le cortaba el pelo y lo afeitaba, produciendo una transformación casi novelística de aquella escoria humana y dejándolo perfumado y vestido de terno y corbata azules como su abrigo.
Una semana exacta duraba la visita de aquella hija, lo mismo que duraba el perfume, el terno impecable y el estado de ser humano “normal”, de El Rosillo; desde el 7º día, cuál afirmación divina, el vicio, la mala alimentación y el abandono, abrazaban a aquel pobre infeliz, y no lo soltaban hasta la próxima visita de su hija.
El Tique, solo atinó a escuchar las historias de aquel hombre de ojos brillosos, ligeramente desviados, quizás por golpizas o caídas producto de la embriaguez permanente.
El alcohol a esa altura de la vida, era el alimento que mantenía respirando en este mundo a aquel ser humano de nariz y cara inflamada y enrojecida por el exceso de bebida, y su estado general deplorable, junto a sus ropas andrajosas y sucias por manchas de vino, comida y vómitos.
Sin duda, El Tique era un hombre de mucha suerte.
Efectivamente, El Tique en su juventud, fue reconocido futbolista, participando en el club deportivo del lugar, y al cual ingresó por iniciativa de su abuelo postizo; fanático por el fútbol, hasta el día en que la falta de insulina en su cuerpo, le dijo “Final del partido”.
Probó su juego en todos los puestos de la cancha, pero en ninguno resultaba, salvo en el de centro delantero o “lauchero”; el cual le quedaba como anillo al dedo, pues su rechazo era impresionante; se levantaba por sobre los más espigados y bravos defensas y permanecía en el aire por segundos preciosos que le permitían cabecear fácilmente todo centro, todo córner o tiro libre que hubiera a favor de su equipo, siendo prenda segura de goles y de triunfos. Con el tiempo su estilo se perfeccionó a niveles insuperables, llegando a ser el goleador del campeonato local por varias temporadas.
En cierta ocasión por lesión del único arquero de la serie, el equipo completo apelando a su buen salto, puso sus ojos en él y fue así que tomó el lugar de “guardameta”, en aquel importante partido de definición.
Como era de suponerse fue garantía también en el arco, saltaba mucho más que los delanteros rivales y apañaba el balón con sus manos como “garras de Tiuque”, salía a cortar los tiros de esquina, los centros con una gran naturalidad y facilidad; hasta que llegó el momento que le quitó la posibilidad de ser un gran portero y ser relegado exclusivamente a ser el “lauchero” del equipo.
En ese entonces, corría el último cuarto de hora de aquella definición; con cada atajada del Tique, la muchedumbre gritaba vivas y hurras, con algarabía, se escuchaban gritos desde los distintos rincones de la cancha.
¡Grande Cóndor volador…!!, ¡ Fabuloso Halcón de la montaña!!, buena, ¡Viva.!!.
No faltó el cántico de las féminas del pueblo que se reunían cada domingo en la cancha so-pretexto de encontrar un buen “partido”, entre aquellos jóvenes y ganosos futbolistas de pueblo y cada cierto tiempo la concertada barra, repetía en coro:
“!tenemos un arquero
que es una maravilla,
ataja las pelotas
sentado en una silla!”.
A lo que El Tique respondía, agazapado escupiendo repetidamente las manos a la espera de otro ataque enemigo;
¡Déjenme como El Tique, nomas… no necesito plumas para volar.!
Fue entonces que a minutos de alcanzar la gloria para su equipo y coronarlo campeón de una nueva temporada, una bandada de enormes aves blancas como la nieve de patas largas y huesudas, cruzó el cielo sobre la cancha de fútbol y allí se quedó El Tique, al medio de los tres palos con la vista fija en aquellas bellezas que sincronizadamente aleteaban con rumbo al rió, y proveniente de quizás qué rincón o quebrada de la cordillera.
Era una imagen de fantasía, tal vez sacadas de algún cuento, de aquellos que su abuela le leía en las noches de invierno; eran albinas, blancas, casi transparentes, igual que Luchín, el hijo albino de doña Clara, que solo salía de noche, pues según los comentarios, de sus abuelos, la luz del sol les impedía ver el día.
Fue un minuto exacto el que permaneció con la vista clavada en aquellas damas blancas, registrando en su memoria todos los detalles posibles y los 90 aleteos exactos que dieron antes de perderse detrás de los enormes encinos del callejón.
Entre tanto la muchedumbre, gritaba en forma cada vez más aireada..:
¡Cuidado con el centro!,
¡Sale a cortar! hueon,
¡Despierta jeton!,
“!despabilaté!” ……
Muchos de sus compañeros gritaron al unísono, en aquel instante fatal;
¡…Pajaron conchetumare……!!
En efecto, estando en un nuevo transe de pájaros; un delantero del equipo rival había logrado una carga por el costado derecho de la cancha y envió un centro a boca de jarro que sin resistencia alguna de defensas y menos del Tique, el puntero izquierdo del Unión Esperanza, con gran facilidad, había clavado un certero remate en un ángulo del arco defendido, por el, hasta ese instante del partido, el “mejor arquero del mundo”.
El Tique nunca escuchó los gritos de peligro, ni las recriminaciones de sus compañeros; mientras estuvo en aquel estado hipnótico producido por aquel nuevo estilo de aves, blancas y raquíticas como modelos de televisión; solo pudo ser traído a la tierra por unos de sus compañeros, que tomando el balón incrustado en la red de su propio arco, lo arrojó con furia al rostro del pobre infeliz; este al volver en sí y percatarse de tal descalabro, solo atinó a sentarse en el piso y colocar la cabeza entre sus manos y apoyarse en sus rodillas, sintiéndose el centro de burlas e insultos.
Permaneció allí por horas, mientras todo el pueblo lo apuntaba con el dedo, incluyendo a aquella barra de fans que en ese momento terrible le daba la espalda.
Aquella semana fue interminable, llena de humillaciones por parte de sus compañeros de equipo y las burlas de otros habitantes del pueblo, se hicieron latentes cuando supieron de su lamentable “pajaroneo”, en aquel fatal partido.
Pero aquellas experiencias y otras más lamentables aún, no apartaron al Tique de su atracción y casi veneración por los pájaros; su libreta se llenaba cada vez más con nuevas especies, al listado se le sumaban:
Las cuculíes, Torcazas, Mirlos, Picaflores, Gorriones, Tencas, Loicas, Zorzales, Lechuzas, Gaviotas, Pelicanos, tordos, Buitres, Pitios, Patos de ríos, Pidenes, Taguas, y ahora garzas, entre otros tantos.
Fue en el verano del año siguiente que conoció a Paloma, hermosa niña rubia, venida de la ciudad, su piel casi albina como las garzas del río, y que llegó de vacaciones al pueblo; quizás su nombre de ave y sus ojos verdes y el pelo rubio con un mechón en forma de codorniz; fueron los que embrujaron el corazón del Tique.
En los dos meses de aquel verano, no hubo nuevos pájaros, ni anotaciones de vuelos y aleteos, solo existía una ave que llenaba la atención de Alejandro del Carmen Bernal Bernal, Paloma.
Paloma era hermosa, como una diosa de cuentos; según la descripción que anotó en un lugar muy especial de su libreta de pájaros. Y donde iba Paloma con sus familiares, allí estaba El Tique a la distancia, mirándola y suspirando con cada gesto y cada movimiento que ella realizaba.
Siempre trató de llamar la atención de aquella hermosa niña tan distinta a las que conocía, tan delicada y angelical y con ese aroma suave y deliciosos, propio de las niñas de ciudad, donde todo es limpio; donde no hay barro en las calles; donde las ropas no se ensucian; donde las zapatos no se rompen en la planta por tanto uso; donde las casas tiene ante-jardines con pasto suave como alfombras.
Buscó todas las formas posibles para acercarse a su paloma idolatrada; le enviaba “razones” con sus primas, saludos, flores, tréboles de 4 hojas, versos, dibujos de pájaros, pero nada.
Un domingo mientras juntaba moras junto a sus tías camino del pueblo, tomó valor y con el pecho latiendo a doscientos aleteos por minuto, bajó de su bicicleta, se acercó al grupo y con voz temblorosa dijo.
¡Las mejores moras están camino al río, ahí, son grandes y dulces especiales para la mermelada.!!., además hay muchos pájaros hermosos que se pueden divisar
Todos se volvieron a él y le agradecieron, pero los ojos que él quería ver no lo miraron, más bien bajaron la mirada al suelo y sonrieron de forma burlona y cómplice,
al tiempo que decía:
!Me encantan los pájaros, pero como tú los dibujas…!
Así se inició un romance lleno de cantos e historias de pájaros, y en cada verano se reencontraban y disfrutaban de casi dos meses de romance pajarístico.
El tiempo y la necesidad de estar cerca de su paloma, un día lo hicieron emigrar a la ciudad; había logrado conquistar a aquella hermosa paloma y estar cerca de ella, desde entonces no se apartaría de ella hasta la muerte, como lo hacen las cuculíes…………….
El Tique se adaptó a la nueva vida de ciudad, algo que no le agradaba del todo, porque allí no se veían las migraciones de aves, o de las tórtolas volando al atardecer para refugiarse cerca de los cerros. Pero estaba su paloma, única ave que aleteaba en su corazón y lo mantenía vivo.
Una atardecer Alejando del Carmen Bernal Bernal, en su trabajo de conserje de un edificio de departamentos, reflexionaba:
Que hermoso sería volar como pájaro, planear, soñar. Desde acá arriba, las gentes, los vehículos y los árboles, se ven pequeños, como cientos de hormigas recorriendo un laberinto, solo emiten un bullicio como enjambre de abejas.
Al mirar más allá de la ciudad, se dio cuenta que aún quedaban vestigios de los campos cercanos, en otros lugares chimeneas humeando y más lejos aún, una plantación de almendros.
Era la ocasión de cumplir el sueño de volar, quería ser un pájaro, y sin duda hoy se sentía uno de ellos con sus brazos abiertos en aquella azotea.
Fue un minuto exacto lo que tardó el vuelo libre de, El Tique, con sus ojos cerrados.
Bastaron solo dos aleteos para alzar el vuelo, planear y sentir, como los pájaros sienten la brisa en su plumaje y la sensación de libertad. Junto con él, la libreta de pájaros de hojas ya sueltas y amarillentas, se dispersaron por el aire en todas direcciones como golondrinas hiperquinéticas.
Horas antes de aquel vuelo de pájaro; paloma su pájara amada, su cuculí compañera de toda la vida, había demostrado no estar a la altura del amor de pajaros fieles y eternos y no tuvo miramiento al meter a otro palomo en el nido de amor, Aquel que había construido en sus sueños de pájaro amante.
FIN